Me hartó el hombre de fáciles palabras y el estúpido genio bucólico que nace con él. Me hartó la poesía vanguardista y su innegable lucha contra la corriente. Me hartaron las mujeres pintadas, acicaladas, arremangadas, emperifolladas, hechas de jabón y mentas. Y todo su olor a tiempo malgastado. Me hastié de las conversaciones profundas, sentimentales, insulsas y sulsas o con sabor a vértebras animales, a féretros radicales, a séquitos dispépticos. Me cansaron las minorías y la burguesía dominante y la clase media con sus acartonados sueños bien guardados en bitácoras sin brújulas. Me agobió la distancia de los ojos, la mirada del espejo, el pestañeo inservible o provechoso-rentable-eficiente y sus tarascones de tics nerviosos . Me atosigaron las mayúsculas y su brutal desprecio y su jactancia suficientemente engreída y altanera; y la apatía de las otras, y sus inanes intentos por ser la primera de la oración. Me hartaron las preces y sus fábulas fáculas de soles que no existen. Me agobiaron los términos embrollados en laberintos cientistas y de intelectualidad dudosa, y la ingenua simplicidad de las simples palabras. Me cansó que agobia y hastía no comprometa como harta y atosiga. Y me enervaron e irritaron y aburrieron los libros ambulancia, y los generosos en estupideces, y los que se zampan sólo por su desenlace, y los que terminan siendo guiones de películas de clase m.
Pero más me hartaron los ojos que leen, y que determinan y detractan y reprueban, e idolatran y reverencian, y vomitan en las jetas del esfuerzo y la pereza y la ignorancia.
lunes, 22 de enero de 2007
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