El poema es de Alfonsina Storni.
De cómo un director puede no saber nada sobre arte
Sos un papelón, le dijo el director del elenco, no te engañes: no servís para esto.
A un enano se le escapó una risa mal contenida, que fue a golpear sin escalas las mejillas de Colondorio. Estaba parado sobre el escenario, vulnerable, a la vista de todos.
Si pensás que no lo has hecho tan mal, porque el amor propio que te tenés supera cualquier espíritu crítico, te pido por favor que evites los círculos artísticos.
El director no había callado: seguía diciendo un abominable discurso cuyo leit motiv era la ineptitud de Colondorio. Un pequeño grupo de payasos lo miraban con ojos perdidos.
Drogados, todos drogados, o al menos así parecen estar…si estos son los círculos artísticos de los que habla este imbécil, es inútil: jamás seré parte de ellos.
La postal era de lo más particular. Un salón de no más de un metro de altura, sin ninguna ventana en sus costados. La iluminación estaba ofrendada por miles de candelabros puestos boca a bajo, y que dejaban caer un peligroso hilo de cera. Había todo tipo de personas, pero sobre todo enanos; agacharse parecía ser un esfuerzo demasiado ajeno para el resto de los actores. Cada tanto, corría por la habitación un perro entrenado, que les gritaba a todos qué hacer o decir.
Pero lo que más llamó la atención de Colondorio, eran las caras: mientras algunos parecían estar en éxtasis, otros dejaban ver una tristeza profundamente incomprensible.
En un principio, Colondorio pensó que quizá le habían colocado algún tipo de pastilla en el vaso de agua. Sencillamente, esta teoría no tenía cabida, y él lo sabía: los maleducados no le habían ofrecido ningún vaso de agua.
Señor, interrumpió, quisiera intentarlo de nuevo. Sabe usted que no es un discurso fácil y estuve nervioso al empezar. Ahora que entiendo su punto de vista, tal vez lo haga mejor.
Estaba convencido de que una vez dentro del elenco haría lo que quisiese. Ya se lo habían dicho: no era más que hacer lo que el director pretendía la primera vez. Después, el papel sería completamente suyo.
Pibe, mirá, no te gastes. Las segundas oportunidades reservalas para el pinpón. Ya te dije: esto es arte, no boludeces. Arte, así con las cuatro letritas esas que para vos no significan nada. Acá hay un montón de enanos barbudos esperando su turno, así que haceme el favor de bajar.
¡Rueden, rueden, rueden!, les ladraba el perro a un par de payasos voluntariosos.
¿Más real? ¿Más absurdo? No comprendo, señor. ¿Cómo lo haría usted?
Algunos lanzaron un grito de sorpresa. Otros, no.
Y sin embargo, el director sonrió. Lentamente se levantó, subió al pequeño escenario, y le espetó a Colondorio que bajara.
Esto es arte, pibe.
Sin más preámbulos, y con una voz que dolía de áspera, y escupiendo vísceras y sangre, comenzó.
Agrio está el mundo,
Inmaturo,
detenido;
sus bosques
florecen puntas de acero;
suben las viejas tumbas
a la superficie;
el agua de los mares
acuna
casas de espanto.
El ambiente amenazaba con encogerse aún más. El director parecía más un brujo que un actor, su tez se había tornado verde, y su cuerpo expelía un olor a tierra tan fuerte, que hacía taparse la nariz. De repente, y mediante un gesto de su índice, hizo elevar a una mujer hacia sí, y la dejó caer con violencia. La sangre que brotó parecía más pesada y pavorosa que las que Colondorio había visto, por lo que casi emitió un grito desesperado cuando ésta se expandió e imitó el oleaje de un mar.
Agrio está el sol
Sobre el mundo,
Ahogado en los vahos
Que de él ascienden,
Inmaturo,
Detenido.
No hubo demasiado tiempo para cubrirse la cara, fue un destello y todo estaba en llamas, los candelabros, el perro, el escenario. ¡Fuego!, dijeron algunos un poco desesperados. La combustión pronto había alcanzado todo el salón, y los payasos empezaban a hornearse.
Agria está la luna
Sobre el mundo;
Verde,
Desteñida;
Caza fantasmas
Con sus patines
Húmedos.
Agrio está el viento
Sobre el mundo;
Alza nubes de insectos muertos.
Se ata, roto,
A las torres,
Se anuda crespones
De llanto;
Pesa sobre los techos.
El caos era generalizado. El piso se había convertido en agua, y los oyentes quedaban aprisionados en esa pileta poca altura. Hubo un payaso que, fuera de sí, subió al escenario y quiso maniatar al director. Y justo en el momento en que estaba por asirlo, surgió frente a él una inmensa torre, que rompió el techo en mil pedazos, dejando el salón bajo el cielo rojo del atardecer. El agua se expandió aún más, y las nubes lejanas se acercaron velozmente para vomitar sus insectos muertos, que al caer clavaban sus aguijones y recobraban la vida. El viento que corría desde hacía un tiempo impedía moverse, provocando torbellinos y remolinos que hacían volar por los aires a algunos cuerpos inertes.
Agrio está el hombre
Sobre el mundo,
Balanceándose
Sobre sus piernas…
El director hizo un breve silencio de tres puntos, y subió a la torre. Desde allí contempló y entendió lo que había suscitado. Espantó a algunos moscardones gigantes que habían renacido, y se apartó de una llama que parecía susurrarle insultos. Miró aterrado a los últimos sobrevivientes, entre ellos Colondorio, que luchaba cuerpo a cuerpo con un extraño animal. Creyó perder la fuerza para continuar, pero pronto comprendió que era imposible no hacerlo. Sintió una arcada violenta en su pecho, y finalmente vomitó:
A sus espaldas,
Todo,
Desierto de piedras;
A su frente,
Todo
Despierto de soles,
Ciego…
Y enturbiado por todo lo que ignoraba poseer, secó una lágrima que bajaba venturosa. Y ya inconciente, sin fuerzas ni motores, vio cómo sus manos se elevaban lentamente en el aire. Quiso evitarlas, girando su cara sobre su cuello, o agachándose en la oscuridad. Y cuando creyó haberlas confundido, notó cómo ya la derecha copiaba a la izquierda, y le arrancaba del cuerpo las pestañas, la córnea, el ojo completo…