martes, 28 de noviembre de 2006

Sin Fuego (Divertimento)

No es fácil reducirse a las palabras y los ojos para contar semejantes divertimentos, pero acudiré a ellos, qué más queda. Que me tilden de poco serio quienes así lo deseen. Me niego a hurtarles a los Hombres una historia que sangraron para decirla.

Todos, de alguna u otra manera, sabemos lo difícil que resultaba encender las velas en casa de Segundo. Apenas uno asomaba el intento, lo dejaba traspapelarse entre los brazos, pues allí arremetía una oleada de aire helado que impedía cualquier empresa. Y así perdían la magia las partidas de truco y los cuentos de terror. Es que a nadie le caía del todo bien prender las luces eléctricas en aquellas ocasiones.

El dueño de casa, provisto ya de alguna experiencia en el asunto, adjudicaba la anomalía cósmica, a justamente eso: una triste y simple anomalía del Cosmos. Y cuando se acercaba la fecha, festejaba el cumpleaños en lo de algún buen amigo.

Pero los grandes visitantes que acudían a su puerta negaban todo tipo de simplezas. Allí sucedía algo más, y se les atravesaban por la mente fantasmas de cera y genios mal incinerados. Se acurrucaban horas en los rincones más iluminados- es que no hay mejor escondite para las velas que la misma luz-, y en aquellos lugares le daban vida a la cera. Una vida corta, por cierto, ¡es que siempre surgía desde el misterio la brisa congelada que acogotaba al tímido fuego!

El hecho se convirtió pronto en asunto público, y comenzaron los asedios periodísticos. Y a eso vinieron las llamadas del Gobierno, que usted sabrá señor Segundo que en el Estado no somos amigos de las fantasías, ya comprenderá, así que prenda una maldita vela de una vez y déjese de tonterías.

Pero por más que lo intentaban, nada sucedía. Acudieron inspectores y policías. Médicos y bomberos despedidos. Y ninguno jamás pudo con El Viento.

Hasta que, de entre los del pueblo, le dieron la voz y las ganas de hablar a Uno de Esos. Cansado de tanto fetiche y suspicacia, se encaminó a lo de Segundo. Entró y mientras lo hacía comprendió todo. Fue un instante de algarabía que reprimió para no avivar a algún testigo.

Una a una, y pese a las quejas del dueño de casa, fue rompiendo las lámparas y focos, las luces brillantes y las oscuras. Y así en todos los cuartos. No dejó una sola luz eléctrica con vida.

Y allí ocurrió el prodigio. En presencia de un par de curiosos, encendió un fósforo y lo acercó a la vela.

-¡Milagro!- gritaron al unísono Segundo y Algún Otro. La llama estaba encendida, y flameaba orgullosa. ¡Cómo para no estarlo, si hacía años que no aparecía por esos lados!

Todos se apresuraron a abrazar, a maniatar, a coronar a Uno de Esos. Incluso fue nombrado Ciudadano Ilustre, pero por los mismos amigos. Es que el Gobierno envidiaba de a poco la sigilosa sagacidad del hombre.

Cuando al fin, en alguna de las rondas de mate a las que acostumbraba a asistir, se le preguntó cómo diablos había develado el misterio, sonrió un poco, y ante la incredulidad de los médicos y los bomberos, respondió:

-Es que no conocen al fuego. Con tanta luz eléctrica le había dado la timidez.


Dicen que Uno de Esos no necesitó pagar jamás los focos que, en su afán, había destruido. Segundo ya no los necesitaba. En su casa, la luz de las velas brillaba como en ninguna parte. Brillaba y cegaba los ojos, y no era casualidad.

Había vuelto para quedarse.



lunes, 27 de noviembre de 2006

el bautismo que debió ser...
allá por los postreros mil cautroscientos. Amén.

domingo, 26 de noviembre de 2006

lágrimas

llueve en esta habitación
parece que el cielo raso llora
no escatima en lágrimas el maldito cemento horizontal

y me contagia esa tos de llanto
y lloro témperas en sepia

se ha tornado incontenible

veo a través de ellas
trato de atraparlas en el aire
lágrima
lágrima
es muy difícil
lágrima
lágrimas
no quiero, no quiero esto para los del piso de abajo.

jueves, 23 de noviembre de 2006

7 notas de bandoneón

El tipo se desplazaba estáticamente. La imagen era admirable, los pasos seguían la dialéctica de siempre, pero el resto del cuerpo no se inmutaba, como si no advirtiera el inequívoco desplazamiento. Iba para allá seguro, siquiera parpadeaba.
El tipo estaba apurado, pero no se sabía bien por qué. Cada paso se aceleraba aún más y de pronto parecía que esto iba a estallar en hilachas de cordones y lengua y un pedazo de cuero.
Y por fin llegó, o al menos eso parecía porque de repente se detuvo. Descansaron sus pies y se limitó, pues, a oír...

Sonaba un tango en segundo plano, en lontananza, a unos 222 pasos de sus fanguyos. Un tango oxidado...

Y así fue que bailó sobre su imaginación y sobre sus zapatos. En la imaginación tiró unos pasos ciñendo los recuerdos de los arrabales, de allá tan lejos; y con sus zapatos dibujó, sobre el polvo de la calle, trazos muy tristes y desgarrados.

El álgido crujido de su zapato izquierdo sobre una hoja devenida otoñal culminó la misteriosa milonga que susurraron las contingentes moléculas del aire. Y se quedó allí... tieso como la situación.

Grotescamente, en esa escena carente del tiempo, los párpados fueron interpelados por algún guiño de antaño y fue que entonces se cerraron y sus oídos se abrieron esta vez ante la portentosa orquesta telúrica. Escuchó dibujarse en el éter incomprensibles degradés sobre la voz del viento y sus huéspedes: las hojas.

Y ya no lo soportó más y maldijo esta tierra de la América y sus intermitentes huéspedes. Denostó sus sentires de ombligo y sus barbas y sus ambiciones.

Así fue que, y nadie se lo explica, se apuñaló siete veces. Se dice fueron 7 notas de bandoneón.

jueves, 16 de noviembre de 2006

Aires de Noviembre


La ventana es mi ventana. Golpea el aire, asusta el barrio. Suenan bocinas que trepan hasta el séptimo y el frenar del bondi (ese seguro pasajero impaciente). Hay oraciones revueltas entre los gritos, y el frenar de otro bondi. Ya no miro a través de la ventana, la veo a ella. Me veo. La barba que asoma sin pudor y los ojos que se ven proyectados proyectando el anoche y su té de lágrimas por las risas en casa de Paulie.

-Dale, costura!- gritan allá afuera, y es volver al piso siete de la nuca contra el suelo, del seco olor a realidad fermentada. Y seguir a las agujas y descifrarlas: las cuatro de la tarde de un jueves perdido en el almanaque y su arrocito con arvejas.

El gato que sigue paseándose en una peatonal de sábanas y alfombra y piso de parqué, un mundo acotado en el séptimo. Y el ascensor que nunca lo llevó destino al crudo asfalto y sus bondis y sus frenos de aire.
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No me malpegues, Saires. Olvidate de enamorarme a paso de asfalto y ladrillo y voluptuosas caderas voluptas. Cansate de reclamarme a tus pocos astros, a tu luna resentida por los humos salvajes de esos lunáticos en traje de baño. No soy tuyo, querida. No te engañes.

Omnímodo el ordenador que ahora recibe estos proyectiles de tinta. Tecnología de lo diminuto que presenció ese diálogo de sincerarse con ella y descubrirla ilusa. Feliz el párpado de la pantalla.

sábado, 4 de noviembre de 2006

Para que vuelva la luz Capítulo II

Hoy me empezó a doler la espalda de nuevo, es un dolor feo que no se termina aunque piense en los días de sol y en mi mamá y los escaleptric. Ya creía que se me había pasado y que hoy o mañana seguro me iba a mi casa, pero parece por la cara de papá que me voy a tener que quedar varios días más. Con papá nunca tuvimos que hablar casi nada porque yo siempre sé lo que está pensando, y fue por esto que me di cuenta de que hay problemas porque esta mañana papá tenía la cara mojada y los ojos resfriados como cuando Racing perdió la copa y al abuelo Moro le dio un paro al corazón. Estuvo hablando en voz baja con el doctor Miguel cerca de mi cama, y escuché que el doctor está otra vez preocupado por la luz que no vuelve, porque necesita una máquina de radiografías o algo así, que yo calculo que es como el equipo de música que tenemos en casa pero más barato y solamente para que escuchemos radio y así los más enfermos puedan estar un poco menos enfermos que antes, porque la música hace bien y hamaca a las fieras.

Ya me estoy cansando de que el doctor Miguel ande todo el tiempo preocupado y poniendo nervioso a mi papá, que encima es nervioso de nacimiento, según mamá. A mí me gustaría verlo al doctor en esta cama con la luz blanca en los ojos y dolores por todos lados, a ver si le gusta que ande todo el mundo enojado con la luz y gritando a toda hora como hace él. Mejor no pienso más en estas cosas porque no hay que hacerles a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros, aunque da lo mismo, porque igual yo estoy con la luz blanca en los ojos y dolores por todos lados y el doctor Miguel se la pasa gritando.

Hoy es lunes y viene Virginia, que es la enfermera favorita de todos porque es joven y simpática y muy linda. Por suerte a mí no me tiene que limpiar ni nada porque puedo hacer todo solo, así que aprovecho cuando viene a ver si estoy dormido para saludarla y hablar con ella.